A lo lejos se escuchan los rebotes de una pelota y los gritos de los equipos que intentan anotar puntos en la una canasta de baloncesto. De pronto, Fernando* (nombre ficticio) escucha que alguien grita su nombre y su mente vuelve a la realidad. 

-Ya me tengo que ir, “muchá”, se me hace que ya me vinieron a traer. 

Se despidió de los amigos que hizo en los últimos días y se acercó al corredor donde el personal del albergue Casa Nuestras Raíces lo esperaba para continuar con su proceso de reunificación familiar. Este es el programa de la Secretaría de Bienestar Social -SBS- que se encarga de recibir y resguardar a niñas, niños y adolescentes migrantes no acompañados que regresan al país. 

Fernando* se sentó en una silla en el corredor y puso su mochila, su único equipaje, en el suelo; empezó a silbar una canción, un corrido de moda. Llevaba el ritmo con las piernas y tarareó una que otra frase de la melodía.

Él es uno de los 2 mil 084 niñas, niños y adolescentes que fueron recibidos en las dos sedes de Casa Nuestras Raíces durante el primer semestre de 2023, según datos de la Dirección de Protección Especial y Atención No Residencial de la Subsecretaría de Protección. 

La atención a este sector vulnerable de la población comienza en el Centro de Recepción de Migrantes, de la Fuerza Aérea Guatemalteca, donde se registra su retorno al país y comienza la búsqueda, por parte de la Procuraduría General de la Nación, de sus familiares para que sean entregados en un plazo no mayor a 72 horas. 

Todo el protocolo de atención se lleva a cabo con coordinación de Operadores de Protección Integral de la Secretaría de Bienestar Social, Procuraduría General de la Nación y del Instituto Guatemalteco de Migración, además de personal del Ministerio de Salud, quienes brindan atención en caso de ser necesario.

Mientras se desarrolla el proceso de reunificación, todos los grupos que se reciben vía aérea y terrestre, son llevados al albergue Casa Nuestras Raíces Guatemala o Quetzaltenango, según sea el caso. Donde se les brinda atención con profesionales de psicología y trabajo social mientras esperan a sus familiares.

En el rostro de Fernando* hay un ligero bigote sobre los labios, es apenas una sombra que pone en evidencia el hecho de que apenas dejó de ser un niño. Sin embargo, a los 14 años ya pasó dos veces por la experiencia más dura de su vida: migrar de forma irregular. 

-¿Cómo fue que decidiste irte? 

-Tengo un tío en Estados Unidos al que le ha ido bien, entonces él habló con mi mamá para que me dejara ir a vivir y trabajar con él. Estuvimos ahorrando y nos prestaron dinero también. Así me fui la primera vez, pero nos agarraron en México y tuve que regresar. 

Esa vez fue feo porque estando en el albergue mexicano me dio covid y me puse muy mal, sentía que me iba a morir, pero no quería que eso pasara lejos de mi mamá, de mi casa. Solo le dije a Dios que me permitiera regresar y cumplió mi deseo. 

-¿Y en el segundo intento, cómo fue? 

-Ah, esta vez fue triste por varias cosas. No sé, desde el momento en que salí de mi casa fue raro porque me di cuenta de que mi mamá estaba más triste de lo que yo esperaba. De todas formas me fui, porque esta vez mi tío también mandó a traer a mi primo, así que ya juntos tal vez iba a ser más fácil llegar. 

Es el número aproximado de niñas, niños y adolescentes no acompañados que intentaron migrar de forma irregular durante los últimos cuatro años.
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Viajamos bien por casi todo México. A los dos nos metieron en el baúl, pero en diferente carro. Resulta que en la carretera había un retén y el piloto tuvo que parar. A todos los que iban en el carro les pidieron sus papeles, a mí no me habían visto, pero creo que al chofer le dio miedo y mejor decidió abrir el baúl. Así me encontraron, yo corrí, intenté escaparme pero me agarraron. Ahí sí… me hinqué y me puse a llorar.

Mi primo si logró llegar, me contó que al chofer con el que iba le avisaron del retén y entonces se fue por otra ruta, y que donde nos detuvieron ya solo nos faltaba una hora para llegar. 

En aquel corredor, Fernando* se veía tranquilo. Confesó que estaba triste porque no logró su meta de llegar a Estados Unidos. Suspiró. Dijo que no lo volverá a intentar y, con resignación, expresó que buscará otra forma de ayudar a su familia, especialmente a su mamá.

Texto: Cecilia García
Fotografías: Luis Sajché